lunes, marzo 21

Segunda página de un Libro de Aventuras

Miraba el reloj embelesado. Parecía que el tiempo se había vuelto en su contra, que había decidido retroceder en vez de avanzar. Cada segundo se hizo eterno, y el timbre de la salvación llegó como agua a un desierto. No se lo pensó dos veces, y salió al patio. Después de seis horas ahí encerrado, se lo merecía, ¿no? Esperó, paciente, la llegada de sus amigos para recorrer juntos el camino de vuelta a casa. Distraído, intentó reconocer entre un par de coches el viejo audi negro de su padre, pero nunca lo encontraba allí. Volvió la vista a la puerta de la salida del instituto, percatándose de la mirada de una muchacha de pelo color miel, nariz redonda y ojos oscuros. Sostuvo su mirada un par de segundos, hasta que un doloroso golpe seco en la cabeza lo hizo volver a la realidad.
- ¡¿Por qué me has pegado?!
- Porque estabas en otro mundo. ¿Qué mirabas?
- Nada, nada. La chica de pelo cortito, que no me quita ojo de encima.
- Venga, Hugo. No me digas que te ha gustado esa tía. Tiene dos años menos que nosotros. Y, con nuestra edad, dos años es un mundo.

Pero él ya no la escuchaba. ¿Qué importaba que aquella chica tuviera solo trece años? Algo en ella pedía a gritos que se le prestara atención, que no se apartara una sola mirada de sus ojos oscuros.
- Tiene cara de tonta, no me gusta. Búscate a otra - la voz de Eva sonaba envidiosa, caprichosa, con un aire de celos.
- No te metas con quién me gusta o me deja de gustar. Y otra cosa: es mi vida, no la tuya, y tiene que gustarme a mi, y no a ti.
- Vale, no te preocupes. Ya me lo has dejado todo bien clarito - y, dicho esto, empezó a andar hacia la puerta de salida.
- Venga, Eva. No me digas que te has enfadado por esta tontería.

Pero no era ninguna tontería. Le había dejado claro el papel que ella jugaba en el juego de él, y pintaba de la misma forma que un cero a la izquierda. Suspiró y, inspirando hondo varias veces, siguió con paso firme el trayecto hacia su casa. "Imbécil", pensó. Y nadie, incluyendo a Hugo, pudo apreciar la lágrima de decepción que resbaló por su mejilla.